Había una vez un hombre llamado Bill. Bill era pastor. Bill amaba el pastoreo. Es más, Bill decía que siempre le habían dicho su vida entera que “Dios lo llamó a predicar.” Como adolescente, no podía imaginarse haciendo algo que no fuese el predicar la Palabra de Dios. Este era el lado bueno de la vida de Bill.
Y, sí…había un lado malo.
Bill venia de un hogar disfuncional. En el mejor de los casos, su padre era distante y verbalmente cruel en casi todo momento. Bill anhelaba estar conectado a algo estable, algo que le animara y satisficiera. El escuchar que le dijeran que Dios lo había llamado a predicar el Evangelio era como una luz de ánimo envuelta en una niñez oscura.
Mientras más ánimo El recibía en lo que era su capacidad espiritual, mas entusiasmado y animado se volvía con respecto a su futura posición pastoral. El me contó que se acostaba en su cama muchas noches pensando en ese día lejano cuando pudiese predicarle a personas que lo amaban.
Desafortunadamente, a nadie se le ocurrió que podría haber idolatría rondando en el corazón de Bill. ¿En si, por qué tuviera alguien que pensar en algún motivo pecaminoso? Bill había dedicado su vida al servicio del Señor. Ciertamente no podría haber nada malo con una persona que deseaba entregarle su vida a Dios.
Por supuesto, como usted sabe, el “sobre-espiritualizar” es también lo que hace que los motivos pecaminosos sean tan difíciles de sacar a la luz. En realidad, Bill era como cualquiera de nosotros que encontramos nuestra identidad en el trabajo. Solo que cuando se trata del ministerio, podemos asumir ciegamente que los motivos vocacionales son puros. ¿A quién le gustaría estar en el ministerio por motivos impuros?
No estoy diciendo que Bill intencionalmente tuvo motivos impuros. Sin embargo, estoy diciendo que sí existían y que nadie, incluyéndolo a Bill podía discernirlos. Bill se encontraba más aislado de lo que podría haberse imaginado. No solamente carecía de un padre que le hablara a su vida, sino que sus compañeros y las autoridades espirituales de su iglesia local no le estaban sirviendo efectivamente al hablarle a su vida. Es más probable que ellos ni se percataban que Bill tuviese motivos pecaminosos.
Además, Bill llenaba casi toda necesidad práctica de la iglesia. Él era un muy buen predicador y ellos necesitaban alguien que fuera un buen predicador. Aunque los líderes de la iglesia no se consideraban pragmáticos, pragmáticos es lo que eran: El llenaba un puesto; traía buenos resultados. ¿No hay problema…cierto?
Proyectémonos veinte años hacia el futuro
Bill ahora tiene 43 años de edad. El ha estado pastoreando por 21 de esos años y hasta cierto nivel su vida parece ser magnífica. Sin embargo, hay dos temas que crean conflicto en su vida:
Tome nota del patrón de vida:
Los líderes que le enseñaban a Bill solo lo hacían de una perspectiva ministerial. Nunca buscaron entrar en los aspectos disfuncionales de su vida familiar o relacional. En realidad le animaban a que le “entregara todo a Dios,” y a la vez le aseguraban que al final todo resultaría.
Sus fortalezas, aun desde adolescente, eran en eventos públicos como hablar y enseñar mientras que sus debilidades eran en relaciones de largo plazo. Por eso es que su matrimonio ha estado sufriendo y por qué las otras relaciones se están volviendo más complicadas mientras más el permanece en su iglesia actual. Los patrones de pecado a largo plazo de Bill encajaban perfectamente con el ministerio mientras usted interprete el ministerio como un área publica no-comprometedora, y mientras que no imponga la necesidad de buscar harmonía relacional. (A propósito, ese último punto fue el propósito principal del Evangelio. Nosotros nos habíamos apartado relacionalmente de Dios y necesitábamos ser restaurados.)
La “ventaja” de relaciones a corto plazo
Debido a los patrones de pecado relacional en la vida de Bill, El desarrolló progresivamente una Eclesiología (comprensión y práctica de la iglesia) que daba pié a su pecado. Esto le permitía que continuara manteniendo una dicotomía entre la familia y el trabajo, en vez de ver a la familia y el trabajo como componentes de la vida cristiana. Por lo tanto, El podía permitir que su familia siguiera fuera de control, mientras el continuaba “sobresaliendo” en las cosas relacionadas con su vocación.
En segunda, su Eclesiología también sufrió. El creó y dirigió una iglesia local centrada en funciones, lo cual mantenía a las personas ocupadas “haciendo iglesia”, pero había una deficiencia relacional con las personas de su iglesia. Su iglesia era el reflejo de El. Sin tener que resolver temas serios, profundos, y complejos de santificación, Bill fué libre de conducir reuniones y otros eventos fuera de su iglesia local. En estos medios Bill era un héroe, mientras que su iglesia local continuaba creciendo más disfuncional y amargada con la incapacidad del liderazgo en ayudarles con sus problemas.
Un cambio de cultura
Tiene que haber un cambio total y comprensivo de cultura de arriba a abajo en la iglesia local de Bill, comenzando por el corazón de Bill. Aunque tiene que haber un cambio total Eclesiológico, primeramente tiene que haber santificación en Bill, en su matrimonio, después en el liderazgo de la iglesia, y finalmente en la iglesia en general. Podría demorarse hasta 10 años para que esto sea completamente implementado y para que la iglesia sea renovada, pero esto necesita suceder y se puede hacer.
El primer punto en la agenda es que alguien necesita hablar con Bill.
Rick launched the Life Over Coffee global training network in 2008 to bring hope and help for you and others by creating resources that spark conversations for transformation. His primary responsibilities are resource creation and leadership development, which he does through speaking, writing, podcasting, and educating.
In 1990 he earned a BA in Theology and, in 1991, a BS in Education. In 1993, he received his ordination into Christian ministry, and in 2000 he graduated with an MA in Counseling from The Master’s University. In 2006 he was recognized as a Fellow of the Association of Certified Biblical Counselors (ACBC).